Verónica es la tercera generación de vegetarianos en su familia. Todo comenzó en Alemania, con su abuela Maja, una joven alemana que vivía junto a los suyos en una granja donde se criaban animales. Una vez que estaban grandes y gordos los mataban y los comían. Esto, a Maja le daba mucha impresión: sangre y muerte para alimentarse le parecía una combinación espantosa. Fue entonces, cuando en este hogar comenzó a germinar la semilla de una nueva concepción en la manera de comer. Casi por casualidad, la joven alemana encontró unos cursos sobre vegetalismo, y así comenzó su vida en verde. Al igual que muchos otros europeos, Maja emigró hacia la Argentina. Aquí siguió con su régimen y “la gente creía que estaba loca de verdad, no podían entender que alguien no comiera carne”, cuenta Verónica. Pero ella siguió firme con su postura. Se casó, tuvo hijos y a todos los educó desde el vegetarianismo. Sus hijos también lo fueron, primero por educación y luego por convicción propia. “Mi papá es insoportablemente vegetariano”, dice Verónica. Finalmente, sus nietos heredaron esta filosofía de vida, además de la práctica alimentaria. “Soy muy vegetariana, a tal punto que no me compro camperas de cuero (…) ”, explica Verónica, tercera generación, quien lleva el vegetarianismo en la sangre, aunque ya la sociedad no la considera “rara” como lo hacían con su pionera abuela. Hoy es tan sólo una vegetariana más.